El vídeo de boda. Postprodución.



Es de saber general como funciona el mundo de la fotografía en bodas y el trabajo que hay detrás. No ocurre lo mismo con los vídeos de boda, hay un gran desconocimiento general sobre el proceso de creación, que como mucho, se tiende erroneamente a equiparar con el del fotógrafo.

Lo cierto es que el trabajo que hay detrás de un vídeo de boda es bastante mayor en tiempo e intensidad en comparación con el de fotografía, es por ello que el vídeo suele tener un precio algo más elevado. Yo he calculado que el tiempo trabajado en un vídeo completo de boda puede ser del orden de 6 veces más de las que echaría si hubiera sido el fotógrafo. Aunque este dato es algo subjetivo y muy variable en función del tipo de vídeo que haga cada autor (digo tipo de vídeo, no duración del vídeo, un vídeo más largo no necesariamente conlleva más tiempo de trabajo).

Voy a explicar como hago yo este proceso dejando al margen la preparación previa del equipo así como la grabación, centrándome únicamente en la «magia» que ocurre detrás de un vídeo de boda hasta la entrega final.

Cuando llego a casa a las 6 de la mañana con mis tarjetas cargadas de vídeos muy valiosos e irrepetibles (a veces más de mil clips si tienes en cuenta todas las cámaras), lo primero que debo hacer es pasarlos a un disco duro y hacerle como mínimo una copia de seguridad. Habitualmente los vídeos en bruto grabados ocupan del orden de 300Gb de espacio que si lo multiplicas por dos, por lo de la copia de seguridad, son 600Gb. Imagínate, 600Gb por cada boda, no ganamos para discos duros.

El siguiente paso sería poner todo ese desorden de vídeos en el software de edición y empezar a hacer una primera selección y ordenarlos. Verte más de mil clips de vídeos con todos tus sentidos al máximo sobre ellos e ir desechando los trozos desenfocados, los movidos, los que el cuñado se cruza, etc.

Vale, ya están todos los vídeos cortaditos y ordenados según deberían ir apareciendo para contar la historia de la boda. Ahora viene lo gordo, lo que distingue a los genios del resto de los mortales, el montaje.

Primero necesito una música sobre la que montar, pero no te vale cualquiera, busca y explora por los confines de internet hasta encontrar esa que te haga «tilín», que tenga el «buenrollismo» alegre que le quiero dar a esa parte o tal vez la que dé al espectador el empujoncito para soltar la lagrima, pero ojo, cuidado con las letras en ingles, a ver que dicen. Gana puntos cuanto más desconocida.

Ahora me tienen que cuadrar los tiempos, justo el estribillo tiene que coincidir con el momento culmen cuando le tiran arroz a los novios y que pueda cortar la canción cuando se van sin que me de un cortocircuito en mi sentido rítmico. Con todo el arte que mi cerebro pueda generar, de forma muy meticulosa vas haciendo un puzzle de imagen y sonido, sabrás que las piezas están encajando porque lo «sientes». Personalmente no persigo la perfección a nivel técnico, a mí me gustan los desenfocados y los movimientos, los provoco y juego con ellos. Al final se trata de transmitir unas emociones, no tanto de mostrar un hecho.

Llevo algunas semanas con esto, ya tengo el montaje hecho, pero aún le faltan las especias y el toque justo de sal. Lo miro todo de nuevo después de dejarlo reposar unos días, con ojos nuevos, o invitando a alguien a que lo vea conmigo con sus ojos sí que sí nuevos. Muevo esto aquí y esto allá, ajusto el volumen, cortinilla de estrellas para allá y algunos difuminados molones. Todo esta bien cuadrado y a ritmo, solo falta el toque final del buen chef, edición de luz y color. Etalonaje.

Uno a uno cada uno de los cientos o miles de trocitos los edito cual fotógrafo con sus fotos. Este último paso le da el look cinematográfico.